domingo, 19 de octubre de 2014

Julio Argentino Roca, Gran Arquitecto de la Argentina Moderna

Carlos Páez de la Torre (h) realiza una semblanza del General Julio Argentino Roca, hombre nacido en Tucumán que, junto con Juan Bautista Alberdi y Nicolás Avellaneda, fuese uno de los grandes fundadores de la Argentina moderna. 
El tucumano Julio Argentino Roca, con sus comprovincianos Juan Bautista Alberdi y Nicolás Avellaneda, integra el trío de fundadores de la Argentina moderna. Hoy se cumple un siglo de su muerte y es justo recordarlo.

Julio A. Roca con la banda presidencial

Nació el 17 de julio de 1843, hijo del coronel José Segundo Roca y de doña Agustina Paz. Se discute si el alumbramiento ocurrió en la casa familiar (que se alzaba en la hoy calle San Martín 623) o en la finca de los Roca en El Vizcacheral. Una beca le permitió estudiar en el Colegio de Concepción del Uruguay. Fue un excelente alumno y allí despuntó su fuerte vocación militar.

En 1859 peleó voluntario en la batalla de Cepeda. Volvió luego al Colegio, y lo dejó en 1861 para luchar, siempre del lado de la Confederación, en la batalla de Pavón. Luego revistó en las acciones contra Ángel Vicente Peñaloza en La Rioja, en Córdoba y en San Luis. En 1866, marchó al frente de la Guerra del Paraguay. Vería morir a su padre y a dos de sus hermanos, en esa campaña donde se batió heroicamente, ganando ascensos y condecoraciones, en Estero Bellaco, en Tuyutí, en Yataytí-Corá, en Boquerón y en el sangriento asalto de Curupaytí.

Un joven general

Luego, en 1869, marchó al norte, que amenazaban las montoneras de Felipe Varela. Pudo entonces estar un tiempo largo, por última vez, en la ciudad natal, al frente del Regimiento 6 de Infantería. Corría 1871 cuando fue destinado a las operaciones nacionales contra Ricardo López Jordán. Se destacó en la acción de Ñaembé, donde fue ascendido a coronel sobre el campo de batalla, tras tomar a la bayoneta las baterías enemigas.

En 1874, al ocurrir la revolución mitrista contra el Gobierno Nacional, Roca derrotó al jefe rebelde José Miguel Arredondo en la batalla de Santa Rosa, lo que le valió el ascenso a general. Ya por entonces, el tucumano tenía nombradía nacional. Luego fue comandante general de fronteras en San Luis y Mendoza. Era la época en que los malones indígenas constituían el terror de las poblaciones. Roca era partidario de avanzar directamente sobre sus reductos de la pampa, criterio opuesto al del ministro de Guerra, Adolfo Alsina, quien preconizaba la estrategia de las zanjas y las trincheras. 

Campaña del Desierto

En 1878, murió Alsina, y el presidente Nicolás Avellaneda designó a Roca para reemplazarlo. Tuvo así oportunidad de aplicar su criterio en la lucha contra el indio. Organizó y condujo personalmente, en 1879, la Campaña del Desierto, que hizo efectiva la soberanía nacional sobre 15.000 leguas del territorio, hasta entonces asolado por devastadores malones de indígenas locales y chilenos.

En 1880, su triunfante candidatura a presidente de la Nación, levantada por el Partido Autonomista Nacional, suscitó la revolución del gobernador bonaerense Carlos Tejedor. Luego de sofocada, ella permitió solucionar la trajinada cuestión de la Capital de la República, con la federalización de la ciudad de Buenos Aires.

Primera presidencia

Roca asumió la presidencia el 12 de octubre de 1880. Durante ese mandato creó el Consejo Nacional de Educación; promulgó la Ley 1420 de Educación Común y la Ley Avellaneda, que rigió durante seis décadas las universidades argentinas. Se le deben la creación del Banco Hipotecario Nacional; la ley de Moneda Nacional; la de organización de los territorios nacionales; la de construcción del puerto de Buenos Aires; la de creación de Registro Civil, para citar sólo algunos pocos rubros de una vasta lista.

Promulgó 32 leyes sobre construcción, ampliación y estudios de líneas de ferrocarril, que dieron lugar al tendido de 4.000 kilómetros de vías. Llevó la red telegráfica a 8.220 kilómetros. Las rentas del país ascendieron de 20 a 39 millones de pesos. La tierra cultivada se duplicó, llegando al millón de hectáreas. La nutrida fundación de escuelas -entre ellas 10 normales- hizo subir a 133.640 la cifra de niños matriculados. Todo esto en un marco de funcionamiento normal y pleno de todas las instituciones.

Al transferir el bastón a su sucesor, Miguel Juárez Celman, en 1886, pudo decir que le entregaba “el mando supremo de la República en medio de una situación próspera y floreciente, sin incertidumbres ni zozobras, sin temores interiores ni recelos exteriores”.

El “Acuerdo”

Descontento con el nuevo presidente, Roca se alejó largos meses de la política activa, con un viaje a Europa. Al renunciar Juárez Celman tras la revolución de 1890, aceptó por poco tiempo ser ministro del Interior de Carlos Pellegrini. Cuando se acercaban las nuevas elecciones, en nombre de la agrupación que lideraba, el Partido Autonomista Nacional, arregló con sus adversarios, el general Bartolomé Mitre y la Unión Cívica, la política del “Acuerdo”. Esto determinó que se apartara la fracción de Leandro Alem, que constituyó la Unión Cívica Radical.

El “Acuerdo” dio por resultado la elección de Luis Sáenz Peña como presidente. Roca, senador nacional por Tucumán, asumió la presidencia del Senado. Actuó como comandante del Primer Cuerpo de Ejército para sofocar la revolución radical de 1893.

Tucumán lo reeligió senador y siguió presidiendo la Cámara. Al renunciar Sáenz Peña y asumir el vice, José Evaristo Uriburu, por enfermedad de éste ejerció la presidencia interina desde octubre de 1895 a febrero de 1896. En 1897, el autonomismo proclamó a Roca candidato a un nuevo período presidencial.

Segunda presidencia

Ganó las elecciones y asumió la primera magistratura en 1898. Su gran preocupación era la cuestión de límites con Chile, que ponía el país al borde de la guerra. Roca se trasladó al sur, donde se entrevistó con el presidente chileno Federico Errázuriz (el “Abrazo del Estrecho”), lo que preparó el terreno para los trascendentales “Pactos de Mayo”, de 1902, que solucionaron pacíficamente el conflicto. El importantísimo logro bastaría, por sí solo, para hacer memorable la presidencia Roca.

Solucionó también la cuestión de límites con Brasil. Siguiendo sus instrucciones, su canciller Luis María Drago proclamó ante Estados Unidos aquella célebre tesis (conocida como “Doctrina Drago”), que condenaba el cobro compulsivo de las deudas de un país, a propósito de los incidentes con Venezuela y sus acreedores Gran Bretaña y Alemania.

Una vasta obra

Las vías férreas pasaron de 16.000 a 19.000 kilómetros, gracias a las 79 leyes que promulgó Roca. Creó la Caja de Jubilaciones y Pensiones de los agentes públicos y promulgó la Ley de Quiebras. Llevó las escuelas primarias a 4.682, con una matrícula de 491.000 niños.

Presentó al Congreso un proyecto de Código de Trabajo, elaborado por su ministro Joaquín V. González y lleno de innovaciones, que no llegó a sancionarse. Organizó asimismo el Ejército, estableciendo el servicio militar obligatorio, y estableció el primer observatorio en la Antártida, mientras miles de inmigrantes europeos seguían llegando al país.

Al terminar su mandato en 1904, dejó la administración al día y pagada casi en totalidad la deuda flotante. En su último mensaje al Congreso de la Nación, expresó que “no hay una sola región de la República, por apartada que sea, en la cual no se haya inaugurado, o esté en vías de inauguración, una escuela, un ferrocarril, un camino, un puente, una línea telegráfica, un cuartel, un hospital. En todas las ciudades importantes hay costosas obras sanitarias. Hemos alumbrado nuestras costas y balizado nuestros ríos”.

Últimos tiempos

Afirmó, en el tramo final del mensaje: “sé a qué atenerme respecto del juicio de los contemporáneos, y esperaré, sin inquietud, el juicio de la historia, más tolerante con las flaquezas a que están sujetos los hombre públicos de todos los países y todos los tiempos”.

Entregó el mando a Manuel Quintana y se retiró a la vida privada. La Legislatura porteña le había obsequiado tierras en Guaminí, donde instaló la estancia “La Larga”. Su esposa, Clara Funes, había heredado otra en Córdoba, “La Paz”. Pasaba largas temporadas sobre todo en esta última, empeñado en practicar innovaciones en los cultivos y en la cría de hacienda.

Cuando regresaba a Buenos Aires, poco se lo veía en público. Su último servicio al Estado fue viajar al Brasil, en 1912, como plenipotenciario, para fortalecer las relaciones recíprocas. Cuando se inició la Primera Guerra Mundial, estudió detenidamente planos y movimientos, y profetizó que el Kaiser sería perdedor en la contienda. 

No tuvo vejez. El viernes 16 de octubre de 1914, un súbito resfrío con ataque de tos, lo obligó a guardar cama. Tres días más tarde, el lunes 19, una embolia terminó con la vida del general Julio Argentino Roca.

Hacer, más que decir

Roca era de mediana estatura. Calvo desde joven, usaba bigote y barba. Lo más notorio de su fino rostro eran esos ojos grises azulados, que emitían una mirada penetrante. Era hombre “de hacer más que de decir”. Odiaba el desorden y no le interesaba la popularidad.

Carlos Ibarguren afirma que “tenía un criterio realista; era escéptico: su alma llevaba un leve dejo de amargura acerca de los hombres y las cosas. No creía en teorías, ni en doctrinas, ni en principios que no tuvieran una realidad aplicada y viviente”.

Paul Groussac apunta que “decía cosas fuertes con voz suave”. Mateo Booz lo retrata como “militar genuino”, que “fue menos militarista que muchos civiles. Constituyó así, en suma, un tipo político y militar poco frecuente en las repúblicas sudamericanas. Fue un político de sonrisas y no de carcajadas; de frases certeras y no de apóstrofes iracundos; de síntesis y acción, no de divagaciones y perplejidades”.

Carlos Páez de la Torre (h). "El gran estadista nacido en Tucumán". La Gaceta, 19/10/14

[Disponible: http://www.lagaceta.com.ar/nota/612454/opinion/gran-estadista-nacido-tucuman.html]

miércoles, 8 de octubre de 2014

Bicentenario de la provincialización de Tucumán

Carlos Páez de la Torre (h) resume la historia de Tucumán desde 1563 hasta 1814, es decir desde el nacimiento de la Gobernación de Tucumán hasta la formación de la Provincia de Tucumán. Al final menciona la provincialización de Santiago del Estero en 1820 y la de Catamarca en 1821 como un fracaso político tucumano. 
A diferencia de lo que ocurre en otras provincias, entre las efemérides de Tucumán no ha figurado nunca la fecha de “la autonomía”: es decir, el momento en que la provincia empezó a manejar sus propios destinos y dejó de estar subordinada a otra. No sabemos la razón. Acaso ocurre porque nuestra autonomía no fue resultado de pronunciamientos, sino que tuvo origen impecablemente legal. La instituyó un decreto –de considerandos muy elogiosos- emitido por la autoridad central de las Provincias Unidas del Río de la Plata. O tal vez porque, para celebraciones, tenemos sucesos de mucha mayor importancia histórica, como la Batalla de Tucumán en 1812, o la Declaración de la Independencia en 1816.

Sea como fuere, se cumplen exactamente dos siglos de la creación de la “Provincia de Tucumán” y corresponde echar una mirada al hecho y a los antecedentes.

“Gobernación”

Por cédula real del 29 de agosto de 1563, Felipe II creó la “Gobernación de Tucumán”, cuya capital estaba en Santiago del Estero. Su jurisdicción abarcaba unos 700.000 kilómetros cuadrados, extensión que comprendía a siete de las actuales provincias argentinas: Santiago del Estero (fundada en 1553); Tucumán (1565), Córdoba (1573), Salta (1582), La Rioja (1591), Jujuy (1593) y Catamarca (1683). 

El conquistador Francisco de Aguirre fue el primer titular de la gobernación, en cuyos asuntos políticos entendía el virrey del Perú, mientras la flamante Audiencia de Charcas se encargaba de los judiciales.

Los años fueron pasando. En 1776, Carlos III creó el Virreinato de Río de la Plata: era el último de los que se establecieron en los dominios españoles de América. Tenía su capital en Buenos Aires y lo integraban todo lo que son hoy la República Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, además de porciones de Chile y del Brasil. Su primer virrey fue don Pedro de Ceballos.

Intendencias

Volvieron a pasar los años. Pocos, esta vez: el 28 de enero de 1782, Carlos III dictó la Real Ordenanza de Intendentes, que instauraba un nuevo sistema administrativo: el de las “Intendencias”. Por el mismo, el territorio del Virreinato quedaba dividido en 8 Intendencias y 4 “provincias subordinadas”.

La “Intendencia de Buenos Aires” comprendía toda la actual provincia de ese nombre, el litoral y toda la Patagonia; la de “Córdoba del Tucumán”, que se constituía con las actuales Córdoba, San Luis, Mendoza, San Juan y La Rioja; la de “San Miguel de Tucumán”, con Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y Santiago, y la “del Paraguay”, que abarcaba el este de esa actual república.

En la zona altoperuana, estaban la “Intendencia de la Paz”, entre los Andes y el lago Titicaca; la “de Cochabamba”, entre los Andes y la llanura de Santa Cruz; la “de Charcas”, entre el Río Pilcomayo y el Río Grande y la “de Potosí”, en el sector sur del altiplano y con costa sobre el Pacífico. Las “provincias subordinadas” eran Moxos y Chiquitos, en Bolivia; Montevideo, en la Banda Oriental, y Las Misiones, en territorio guaraní.

Salta y no Tucumán

Pero sucedió que el virrey Juan José de Vértiz no estuvo de acuerdo con que existiera la “Intendencia de San Miguel de Tucumán”. Junto con el Intendente de Ejército, Manuel Joaquín Fernández, expresaron al monarca que “la Intendencia que se manda erigir en San Miguel de Tucumán, nos parece que debe tener por capital y residencia del gobernador a la ciudad de Salta, con la jurisdicción extensiva a las de Catamarca, Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán y Jujuy”.

Carlos III estuvo de acuerdo y, el 5 de agosto de 1783, incorporó a la ordenanza unas “declaraciones adicionales”. De acuerdo a ellas, en lugar de la “Intendencia de San Miguel de Tucumán”, se establecía la “Intendencia de Salta del Tucumán”, con capital en Salta y jurisdicción sobre Salta, Jujuy, San Miguel de Tucumán, Santiago y Catamarca. Su primer gobernador-intendente fue el general Andrés Mestre. Como se advierte, por entonces todo lo que es hoy la provincia de Tucumán, se denominaba “San Miguel de Tucumán”, nombre hoy circunscripto a la capital.

Se crea la provincia

Así estaban las cosas cuando se produjo la revolución del 25 de mayo de 1810. Como es conocido, siguió la guerra de la Independencia, con las tres infortunadas campañas al Alto Perú y, entre la primera y la segunda de ellas, las victorias de Tucumán y de Salta.

El 8 de octubre de 1814, el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, doctor Gervasio Posadas, tras “dictamen y consulta de mi Consejo de Estado”, emitió un decreto de cinco artículos.

El primero disponía que “el territorio que comprenden los Pueblos del Tucumán, Santiago del Estero y Valle de Catamarca, formará desde hoy una Provincia del Estado, con la denominación de Provincia del Tucumán”, y “sus límites serán las respectivas jurisdicciones de los referidos pueblos”.

Capitales y autoridades

Expresaba el segundo que “las ciudades de Salta, Jujuy, Oran, Tarija y Santa María, formarán desde hoy una Provincia del Estado, conservando la misma denominación de ‘Provincia de Salta’ con que era conocida antes de ser desmembrada, y teniendo por límites las jurisdicciones respectivas de los mismos pueblos que la integran”.

De acuerdo al tercer artículo, “ambas Provincias serán regidas por Gobernadores Intendentes, con las mismas facultades, derechos, prerrogativas, y dependencias que las otras del Estado”. El cuarto decía que “las ciudades de Salta y Tucumán serán las Capitales de las Provincias de su nombre, y tendrán en ellas su residencia ordinaria los Gobernadores Intendentes”. Finalmente, el artículo quinto resolvía que “ambas Provincias nombrarán y tendrán sus Representantes en la Asamblea General Constituyente, en la forma que previenen las leyes del Estado con respecto a las demás”.

“Glorioso pueblo” 

Nota de Bernabé Aráoz solicitándole en 1814
al Cabildo de Tucumán que lo reciba como Gobernador.
La medida tenía largos considerandos. Empeza- ban teniendo en cuenta que “hecha la Provincia de Salta, de algún tiempo a esta parte, el teatro de la guerra, son incalculables las calamidades que ha sufrido, y el atraso consecuente en que han quedado todos los ramos que hacían la prosperidad de sus pueblos”. Agregaba que “libre ya del poder de los enemigos, ha sido mi primer cuidado el meditar los arbitrios de reparar los males que la afligen, y he creído el más importante el dividir su territorio en dos Provincias, para que constituidos en ellas, jefes condecorados y expertos puedan consagrar, exclusivamente y con menos obstáculos, todo su celo a la reparación de los quebrantos que ha padecido”. 

Además de “esta idea”, tenía “la de distinguir en algún modo al glorioso pueblo del Tucumán que ha rendido tan señalados servicios a la Patria”. 

De ese modo, Tucumán vino a ser una provincia autónoma, con dos subordinadas. El Director Supremo nombró (14 de noviembre) al coronel mayor Bernabé Aráoz como “gobernador intendente” de la flamante Provincia de Tucumán. Este dejó entonces el cargo de gobernador-intendente de Salta, que desempeñaba desde abril, para asumir la nueva función.

Desgajamientos

El 30 de noviembre, Aráoz dirigió al Cabildo de Tucumán una escueta nota: “He sido llamado por la Supremacía del Estado al mando de esta nueva Provincia, y siendo previo prestar ante V.S. el juramento debido, podrá disponer el día de mañana para practicar mi recepción de Gobernador Intendente de ella”. Así, juró el cargo ante los cabildantes en la jornada siguiente, 1 de diciembre de 1814.

Al iniciarse la etapa de guerras civiles a partir de 1820, las subordinadas fueron declarándose autónomas por propia decisión. Primero lo hizo Santiago del Estero, el 27 de abril de 1820: asumió su mando (que retendría por espacio de 31 años) el general Juan Felipe Ibarra. El 25 de agosto de 1821, Catamarca tomó idéntica decisión: su primer gobernador de la autonomía fue don Nicolás Avellaneda y Tula. 

Con estos desgajamientos, La Provincia de Tucumán quedaría, desde entonces, reducida a su territorio actual.

Carlos Páez de la Torre (h). "200 años de autonomía de Tucumán". La Gaceta, 08/10/14

[Disponible: http://www.lagaceta.com.ar/nota/610633/sociedad/200-anos-autonomia-tucuman.html]

jueves, 2 de octubre de 2014

Crisóstomo Álvarez, guerrero tucumano

Carlos Páez de la Torre (h) describe la vida y la muerte de Crisóstomo Álvarez, un personaje alucinante que fue un bravo soldado rosista primero y un valiente dirigente norteño después. 
La vida de Crisóstomo Alvarez terminó un caluroso día de febrero de 1852 en El Manantial. La tradición asegura que ocurrió dentro de lo que es hoy finca de los herederos de don Guillermo Chenaut, cerca de la "sala" donde Germán Burmeister se alojó siete años después de ese suceso, en su visita de 1859. El sabio dibujó, inclusive, un minucioso panorama de los cerros que desde allí se desplegaban ante sus ojos.

Estatua del Coronel Crisóstomo Álvarez
en el Parque 9 de Julio de San Miguel de Tucumán
Primero, con Rosas

Nacido en Tucumán en 1819 y bautizado Juan Crisóstomo, era Alvarez un valiente guerrero que empezó la carrera militar en la adolescencia. Viajó a Buenos Aires y entró al ejército de Juan Manuel de Rosas. Como portaestandarte de este, peleó en la campaña del desierto de 1833-34 y en la represión de la revolución de "Los Libres del Sur".

Tenía fama de hombre de coraje temerario. En la expedición al desierto, cuenta el historiador Angel J. Carranza, componía una visión terrorífica montado en pelo, "con la cabeza amarrada con un pañuelo al estilo pampa, con llamas en los ojos, espuma en los labios y los puños de la camisa vueltos atrás hasta más arriba del codo, desfigurado por el sudor, el polvo y la fiebre sangrienta del combate, blandiendo su terrible lanza". Según Benjamín Villafañe, en presencia del enemigo se transfiguraba: "parecía rodeado de cierta atmósfera, de cierto prestigio sobrenatural, que fascinaba a los suyos, les comunicaba su alma, a tal punto que el más tímido se sentía invencible a su lado".

Cambio de mando

Julio Costa lo describe como hombre "de alta estatura, nariz aguileña, tez blanca de un pálido mate, frente recta griega, mirada firme y franca, rostro raso, pequeño bigote recortado, pelo renegrido lacio y largo, peinado dividido a un lado a la moda romántica de entonces, anchas espaldas y talle esbelto". En 1840, con su tío Gregorio Aráoz de La Madrid, vino a Tucumán en misión de Rosas. Fue entonces que la formación de la Liga del Norte lo movió, junto a su jefe, a cambiar de bando y alinearse en el "Segundo Ejército Libertador" de la coalición, puesto al mando de La Madrid. Cabalgó y peleó al lado de éste en las desafortunadas campañas que siguieron. En la batalla de Angaco, narra Costa, a pesar de estar herido en un talón condujo cinco cargas de caballería y "tumbó y arrolló todo lo que se le puso adelante": entraba en combate "como un poseído o un indio, dando alaridos".

Años de exilio

En 1841, tras la derrota de Rodeo del Medio, debió exiliarse en Chile y después en Bolivia, donde se enganchó en el ejército del presidente José Ballivián. En 1845, con el general Anselmo Rojo, intentó una invasión al norte argentino para desafiar el poder de Rosas. El movimiento fracasó y determinó su baja del ejército altoperuano.

Pasó a Montevideo, pero no pudo conectarse con el general José María Paz. Afrontó más tarde una serie de peripecias; incluyeron dos años de prisión en Buenos Aires, que terminaron gracias a un pedido de Manuelita Rosas.

Luego intentó, sin éxito, establecerse con un negocio en Lima. Allí se encontraba en agosto de 1851, cuando por carta de Domingo Faustino Sarmiento supo que Urquiza se había pronunciado contra Rosas. No titubeó en secundarlo.

Invasión a Tucumán

Como no llegó a tiempo para embarcarse con el sanjuanino hacia Montevideo, concibió la arriesgada empresa de invadir Tucumán desde la ciudad chilena de Copiapó, al frente de unos 300 hombres. El gobernador rosista de Tucumán, general Celedonio Gutiérrez, se preparó a enfrentar a este audaz "salvaje unitario", que se reía de los "federales" e invocaba órdenes de Urquiza en las arrogantes intimaciones que hacía a los comandantes de campaña.

Alvarez obtuvo algunos pequeños éxitos, en Santa María, en Los Cardones, en Tapia. El gobernador decretó a la provincia en "estado de asamblea" por la invasión, y destacó una fuerte división de caballería al mando de Manuel Alejandro Espinosa para atajarla. Este batió a Álvarez en Vipos, pero no pudo impedir que se fugara hacia el sur y tomara la villa de Monteros. Desde allí, seguía lanzando tonantes intimaciones.

La emboscada

El 15 de febrero, en El Manantial, ocurrirá la definición. Espinosa supo que Alvarez convergía sobre esa zona, conjeturó el camino que habría de seguir, por el paso de El Rincón e impartió las consiguientes órdenes. Según el historiador Julio P. Avila, el jefe del ejército de Gutiérrez "eligió la parte del camino más estrecha: en ambos lados el bosque era espesísimo, predominando la tusca; la tropa se ocultó a derecha e izquierda y, en medio del más completo silencio, esperó". La fuerza de Alvarez "se presentó al amanecer de un día en que la neblina limitaba el horizonte hasta no distinguirse la silueta de una persona a quince metros de distancia". La emboscada había dado resultado, y Espinosa tenía a su presa colocada entre dos fuegos.

La captura

Poco les costó a las tropas del gobierno deshacer la caballería de los invasores. Según narra Ávila, a pesar de eso Álvarez logró fugarse del campo de batalla, pero fue tenazmente perseguido. Alcanzó a llegar hasta la zona de Los Ralos, donde su caballo fue boleado y debió rendirse. Domingo Faustino Sarmiento afirma que lo perdió "su demencia de valor, empeñado en rendir él solo un batallón de infantería".

Amarrado, los captores lo llevaron de vuelta a El Manantial. Allí las tropas provinciales habían instalado el campamento, luego de esa batalla que había devuelto la tranquilidad al gobernador. De pronto, se supo que estaba tomada la resolución de fusilarlo, junto con dos cabecillas.

De inmediato, se movilizó toda la parentela de Alvarez en Tucumán. Las señoras encargaron a los doctores Salustiano Zavalía y Uladislao Frías que gestionaran el perdón del cautivo ante el ministro interino de Gutiérrez, que era don José Posse.

"Tiene que morir"

Este, quien tenía simpatía a Alvarez, narra que a las ocho de la noche envió a Gutiérrez una esquela con un chasqui. "Antes que usted decida nada sobre la suerte de Alvarez, deseo que me escuche mañana temprano las razones que tengo para inclinarlo a una resolución generosa en la propia conveniencia de usted", decía. Con el mismo chasqui, Gutiérrez respondió que lo esperaba "mañana temprano".

Clareaba el día 16 cuando Posse llegó a El Manantial. Según su testimonio, tres horas permaneció conversando con el gobernador. Durante ese tiempo y sabedores de la misión que traía -narra Posse- "los jefes principales del campamento, menos el coronel Segundo Roca, entraban y salían del Cuartel General para hablar en secreto con Gutiérrez. Finalmente, este último se franqueó con el gestor: "es inútil que hablemos más: Alvarez tiene que morir, no puedo contrariar la voluntad de los jefes que lo han vencido". Según Posse, aquello "era la pura verdad: personalmente, Gutiérrez estaba mejor dispuesto".

El fusilamiento

A la madrugada del 17 de febrero de 1852 fue fusilado el coronel Juan Crisóstomo Alvarez, junto con sus principales compañeros de invasión, Manuel Guerra y Mariano Villagra. Algunas versiones dicen que, para denigrarlo, lo condujeron ante el pelotón "amarrado a la barriga de un caballo".

Lo acompañó hasta sus últimos instantes el jefe del Estado Mayor de Gutiérrez, coronel José Segundo Roca, "el único de los jefes que deseaba el perdón del prisionero". Por encargo de Alvarez y en prueba de gratitud por sus gestiones, Roca entregó a Posse, de su parte, una cartera atada con una cinta, para que la hiciera llegar a la viuda, "Panchita" Aráoz. Contenía "varios papeles y cartas de familia que no quise leer, un par de escapularios y una trenza de pelo rubio, fino, de mujer", narra Posse.

Carta a "Panchita"

Antes de enfrentar los fusiles, Alvarez había escrito una patética misiva de despedida a "Panchita". La caligrafía es firme y demuestra que el bravo guerrero de 33 años no flaqueó ante la muerte. "Mi querida Panchita: en este momento debo morir, y debes consolarte porque mi delito no es otro que el haber peleado por la libertad de mi patria. Te ruego seas virtuosa como siempre y que cuides de la educación de mis hijos. Dí a mis amigos, que perdonen como yo a mis enemigos, que la posteridad hará justicia a tu desgraciado marido. Un abrazo a mis tres hermanitas y para ti, un continuo recuerdo de tu afectísimo esposo J. Crisóstomo Alvarez".

La noticia tardía

Lo penoso es que el fusilamiento ocurrió por la tardanza en las comunicaciones de la época. Cuando Alvarez fue ejecutado, ya hacía exactamente 14 días que Juan Manuel de Rosas había sido eliminado para siempre de la escena política argentina, ya que su derrota en la batalla de Caseros tuvo lugar, como se sabe, el 3 de febrero. En Tucumán nadie lo sabía entonces: la noticia llegó recién el día 24.

Hasta 1890 al menos, estuvieron sepultados en el templo de San José de Lules los restos de este militar tucumano de magnética personalidad que, dice Benjamín Villafañe, "nunca tenía en cuenta el número de sus enemigos".

Carlos Páez de la Torre (h). "Fusilado por una noticia tardía". La Gaceta, 16/10/11

[Disponible: http://www.lagaceta.com.ar/nota/460303/tucumanos/fusilado-noticia-tardia.html]

domingo, 28 de septiembre de 2014

La Fiesta Nacional de los Estudiantes: ¿en contra del actual paradigma educativo?

Julieta Frías analiza el pasado y el presente de la Fiesta Nacional de los Estudiantes, y señala cómo esta contradice tanto a las ideas clásicas de educación como a las contemporáneas.
El origen propagandístico y totalitario de la FNE

Nadie puede negar que la Fiesta Nacional de los Estudiantes (FNE) se ha convertido en parte de la identidad jujeña. El evento se desarrolló por primera vez en 1952, y se ha venido repitiendo ininterrumpidamente desde entonces. Desde 1952 hasta 1971 la Fiesta de los Estudiantes tuvo un carácter eminentemente provincial, pero desde 1972 se decidió nacionalizar el asunto, invitando a otras provincias a participar del festejo.

La FNE gozó de una gran popularidad nacional en la última mitad de la década de 1970, y desde entonces el entusiasmo se ha ido extinguiendo (excepto, claro, en Jujuy). En los últimos 15 años el gobierno jujeño ha reforzado sus esfuerzos para exportar a la FNE fuera de la provincia, pero los resultados han sido desalentadores.

Antes de que la FNE se instalase oficialmente, durante el inicio de la primavera en Jujuy se organizaban estudiantinas. Las mismas tenían por inspiración a las tunas españolas: un conjunto de estudiantes (en este caso de la escuela secundaria, puesto que no hubo universidades en la provincia hasta la década de 1970) se reunían anualmente en el Teatro Mitre para protagonizar espectáculos musicales y obras dramáticas. Lo más característico de aquellas presentaciones era que cultivaban una entonación satírica. En efecto, durante los días en los que arribaba la primavera, los estudiantes jujeños de antaño se burlaban de los adultos, guionaban farsas, se gastaban bromas y trataban de escandalizar a la sociedad con su humor. Era como festejar carnaval en septiembre, aunque, claro, con un tono más intelectual y elitista.

En 1947 el gobierno peronista decidió prohibir a las estudiantinas que se venían efectuando, por lo menos, desde 1918, puesto que los jóvenes que las protagonizaban provenían, en su mayoría, de familias antiperonistas que eran despiadadas con el Presidente, su esposa y el Gobernador. Un par de años después, en 1949, San Salvador de Jujuy se convirtió en escenario de la Fiesta Nacional de la Juventud, un encuentro nacional de jóvenes organizado por el gobierno según el modelo de festivales juveniles que organizaba la Balilla italiana a principios de la década de 1930.

En 1952, cuando el gobierno local autorizó la reposición de las estudiantinas, lo hizo tratando de replicar lo hecho en la Fiesta Nacional de la Juventud, lo que significaba eliminar las veladas teatrales y sustituirlas por un desfile de carros alegóricos y la elección de una reina de belleza.

La FNE tuvo su origen, por tanto, en ideas totalitarias importadas a la Argentina por el gobierno de Juan Perón.

Típica escena de la FNE

La dictadura de la belleza

El evento central de la FNE es un concurso de belleza femenina cuya ganadora es coronada “Reina Nacional de los Estudiantes”. De este concurso han participado cientos de jóvenes, algunas de las cuales tuvieron la suerte de proyectar sus carreras en el campo del modelaje o de la actuación (v. gr. Daniela Cardone, Carolina Ardohain, Jorgelina Airaldi, etc).

Antes de llegar a la instancia nacional, en Jujuy se organizan tres instancias previas: la provincial, la municipal y la escolar. Casi todas las escuelas medias se prestan al concurso: en cada colegio se organiza una velada en donde se elige a la “reina” (a veces llamada “soberana” por los periodistas hambrientos de sinónimos), la cual luego representa a la institución a nivel municipal.

Las “elecciones de las reinas”, como todo concurso de belleza, obliga a las jovencitas –cuyas edades suelen oscilar entre los 14 y los 18 años– a peinarse, maquillarse y vestirse para la ocasión. Es una tradición. Los colegios privados y confesionales, o sea los colegios que concentran a la gente de mayores ingresos, tienen su elección de reina, del mismo modo en que la tienen los colegios públicos de zonas marginales.

Las jovencitas ganadoras en cada colegio, como ya lo apunté antes, asisten a la instancia municipal en donde se repite la parafernalia de vestidos, maquillaje y peinados especiales. ¿Quiénes ganan estos concursos? Normalmente las jovencitas que resultan más representativas del canon de belleza occidental. En Jujuy, una provincia en donde el porcentaje de gente descendiente de habitantes originarios del continente americano es altísimo, las “reinas estudiantiles” suelen ser las jóvenes más blancas, más rubias y mejor vestidas, maquilladas y peinadas. Esto se aprecia con mayor nitidez en la instancia provincial –normalmente el concurso de belleza que menos interés genera–: las adolescentes de los departamentos puneños o quebradeños se juntan con el objetivo de legitimar a las adolescentes de los departamentos vallistos o yungueños, es decir las adolescentes que menos satisfacen las demandas del canon occidental de belleza son reunidas para ver como triunfan las adolescentes que más suelen satisfacer a ese canon. ¿Acaso alguna vez ha ganado una joven de Susques? No, jamás. Alguien así tiene la piel muy obscura y los cabellos muy duros para obtener ese mérito. “No es lo suficientemente bella” dicen los jurados. 

El esfuerzo vano

Junto al concurso de belleza, el otro eje característico de la FNE son los carros alegóricos, los cuales desfilan durante algunos días por las calles de la ciudad para ser admirados por la gente y, finalmente, premiados por un jurado de expertos.

Hay tres categorías de carros alegóricos: las carrozas, los carruajes y los carros técnicos (esta última categoría está reservada para las escuelas técnicas de la provincia, las cuales aprovechan la oportunidad para demostrar sus conocimientos de mecánica, armando estructuras móviles para la ocasión). En los últimos años el número de colegios participantes ha logrado superar los cincuenta, pues no sólo se inscriben las instituciones educativas de San Salvador de Jujuy –ciudad en la que se desarrolla la FNE–, sino también las de otras localidades provinciales.

Armar uno de esos carros alegóricos no es sencillo, pues requiere, básicamente, de dos cosas: dinero para comprar los materiales de los cuales está hecho, y tiempo suficiente para hacerlo correctamente. El gasto por cada carro se amortiza gracias a que normalmente todos los asistentes a un colegio aportan una fracción de su costo final, por ello mientras más gente pertenezca a un colegio, menor es la cantidad de dinero que cada bolsillo debe entregar. También existe un fondo oficial que subvenciona a cada colegio y es común ver cómo estudiantes y docentes organizan eventos para financiar sus proyectos en las semanas o meses previos a la FNE. Por cada carro alegórico se necesita una gran cantidad de papel maché, alambres, focos, pintura y otros materiales con los que habitualmente se construyen maquetas a gran escala.

Ahora bien, en relación con el tiempo sucede algo curioso: hay plena aceptación de que el carro alegórico es una prioridad de cada escuela, por lo que aproximadamente en agosto se pone en marcha la construcción del mismo. Durante ese lapso los docentes supervisan las actividades, pero quienes de verdad trabajan para armar los carros alegóricos son los mismos estudiantes, tanto varones como mujeres. Se establece así un atelier al que se lo denomina “canchón”; allí los jóvenes permanecerán “internados” día y noche hasta lograr concluir –muchas veces sufriendo del estrés por no cumplir con los plazos.  

Tras el arduo esfuerzo, cada colegio saca a pasear por la ciudad a sus obras. Se lucen durante unos días, hasta que al final se les otorga un precio. Así el carro alegórico ganador llena de orgullo y satisfacción a los jóvenes que participaron de su construcción. ¿Y qué hay de los demás? Cada colegio recibe un premio según su ubicación. El problema es que, por el modo en que se los ve festejar, pareciera que no es lo mismo haber trabajado a contrarreloj para recibir el veinteavo premio que para recibir el primero.

Dos lógicas diferentes

Es evidente que la FNE no está actualizada, pues no responde al paradigma educativo vigente. Es decir en las últimas décadas mutó la manera que la FNE tenía de organizar el evento (se empezaron a emplear sitios más grandes para desarrollar las actividades, se apostó por mejorar la cartelera de espectáculos contratando a artistas de renombre nacional, se buscó promocionar al asunto en muchas provincias, etc), pero no mutó la práctica misma.

Al estar asociada a la cultura escolar y al involucrar anualmente a miles de jóvenes estudiantes con la autorización expresa del Ministerio de Educación provincial, lo más lógico sería que la FNE refleje el paradigma educativo actual, pero de hecho no se molesta en hacerlo.

Hoy en día el sistema educativo argentino atraviesa uno de sus peores momentos, puesto que la calidad de la educación ha sido descartada para que la Argentina no figure en los índices internacionales como un país con una población falta de capacidad intelectual. Paralelamente a ello, la escuela nacional se ha fijado como objetivo básico lograr la famosa “inclusión social”, la cual no consistiría solamente en integrar a la gente de escasos recursos económicos en la misma trama social que la gente con mayores recursos que ellos, sino que, fundamentalmente, sería una cuestión de valorizar a los individuos en su heterogeneidad.

A raíz de ello, los mandarines que administran la educación contemporánea buscan erradicar en las escuelas argentinas todo lo relacionado a los valores de competitividad y virtuosismo para reemplazarlos por los de cooperación y solidaridad. La idea de anular los aplazos para “no estigmatizar” a los jóvenes ilustra perfectamente esto que señalo. También las sacrosantas cruzadas en contra del “bullying” al diferente por su condición de diferente responden a este proyecto.

¿Acaso el colegio que recibe el último premio por su carro alegórico no se siente aplazado por no haberse esforzado lo suficiente? ¿La jovencita de rostro aindiado que ni por caridad le dan un reconocimiento en un concurso de belleza no se siente disminuida como mujer?

Algunas ideas transformadoras

En la década de 1970 el adolescente quería ser adulto. Hoy en día los adultos quieren ser adolescentes. La FNE coincide en su espíritu con el joven de 1970, no con el de hoy. Entonces se pueden hacer dos cosas: o continuar con ello o renovar el escenario.

En lo particular pienso que hace falta renovar el escenario. Se lo podría renovar de dos modos: o contribuyendo con la recuperación de la calidad educativa o profundizando el tema de la inclusión social. Si se opta por lo primero, lo conveniente sería eliminar a la FNE directamente, puesto que no sólo implica situaciones conflictivas, también es un gasto de dinero enorme (que no genera ingresos por turismo, ya que el festival sólo moviliza a unos cuantos contingentes de jóvenes de otras provincias que se organizan para pasar unos escasos días sin consumir más que lo necesario), y una pérdida de tiempo descomunal (los más involucrados en la FNE entre el estudiantado jujeño son aquellos jóvenes que se encuentran en el último año de la escuela media –los llamados “carroceros”–, quienes además concentran grandes energías en su viaje de egresados y en las actividades festivas relacionadas al egreso: en el último año de la escuela media el estudiante jujeño apenas encuentra tiempo para estudiar, por ello no es extraño que el éxito estudiantil en la UNJU sea una rareza, tal y como lo comprueban los informes recientes).

Si se opta por la vía de la inclusión social, entonces es necesario que los organizadores de la FNE cambien el modo en que se seleccionan “reinas estudiantiles” y en el que se premian los carros alegóricos. La solución más efectiva sería eliminando a los jurados, y dejando que los espectadores voten en su lugar. Podría pasar cualquier cosa con los resultados finales, pero, al fin y al cabo, ¿a quien le importa? Son sólo jóvenes viviendo su juventud.


Julieta Frías